“Las personas mayores no entienden nada por sí solas y es agotador para los niños tener que estar dándoles explicaciones una y otra vez”, así piensan los niños cuando hablan con un adulto, ellos sienten que no son escuchados porque a las personas mayores no les interesan pensamientos infantiles. Este es un gran tema que nos relata Antoine de Saint-Exupéry en su maravilloso cuento El Principito: El niño interior. Desde el comienzo de la historia Antonie expone este tema con frecuencia, de hecho, lo observamos claramente en su dedicatoria, por estar escrita a una persona muy particular, su amigo Leon Werth cuando era niño.
Esta historia ha obtenido numerosos premios y reconocimientos por ser un relato tan único. Nos cuenta la travesía o “encuentro” de dos personajes: El Aviador y el Principito.
Comienza con la infancia del Aviador, cuando él inicia su especial desagrado por las personas mayores, o, como nos dice Tomás Caldera en su ensayo filosófico sobre este relato: el Aviador “había descubierto desde muy temprano, a través de sus primeros intentos como (frustrado) artista plástico, que los adultos son serios” porque no sabían distinguir una boa de un sombrero. El Aviador crece y decide aprender a pilotar aviones, pero su niño interior siempre está presente. Un día, el Aviador cuando realizaba un viaje, se le avería el avión y se estrella en el desierto de África. Él se ve obligado a reparar el avión con sus manos porque no poseía tripulación alguna y sólo tiene provisiones para 8 días, en ese instante es cuando se produce el primer encuentro. El Aviador oye una voz, “¡Dibújame un cordero!”, que provenía del Principito. Desde ese momento el Principito empieza a contar la travesía que había hecho hasta llegar a encontrase con el Aviador, el pequeño niño cuenta la historia de su asteroide, los baobabs, su preciada pero mal entendida flor y de los numerosos personajes y planetas que conoce durante su recorrido hasta llegar a la tierra, donde conoce a un zorro que le enseña algo muy preciado que lo ayudará en su vida: a domesticar. Luego el principito siente que su objetivo en la tierra se ha cumplido y que ha aprendido lo suficiente para volver a su asteroide de origen y reencontrarse con su flor, se dirige a el sitio donde llegó y cae tendido en el suelo, abandona su cuerpo porque es muy pesado para viajar con él.
El Principito, a lo largo de su historia, visita varios planetas y cada uno con un personaje muy especial, cada uno de ellos representa una faceta de los adultos, y también representan los pensamientos superficiales de los mayores, el Rey, el Vanidoso, el Borracho –que bebe para olvidar que tiene vergüenza de beber– el Farolero, el Geógrafo, y, en nuestro parecer el más representativo, el Hombre de Negocios –que poseía estrellas, sólo para contarlas una y otra vez –, todos estos personajes son para el Principito “personas muy extrañas” porque todos piensan como mayores, en el Principito sólo veían a alguien que podía representar una labor como un súbdito, un admirador, una molestia y sólo en el Farolero, el Principito se vio como un amigo, pero su planeta era muy pequeño para dos personas.
Golf, corbatas, política y números ¿A un niño le interesaría esos temas? Cuando uno es niño, nuestros sentidos y nuestra forma de percibir el mundo es muy diferente de cuando se es adulto, los niños tienden a observar todo más allá de lo superficial y útil, sus mentes aún no han sido “contaminadas” por la madurez. El infante disfrutará de su mundo y de lo que lo rodea, además de que lo verá como un patio de juegos. Este niño es representado por el Principito, él es el candor y el querer saber, porque el pequeño príncipe nunca deja una pregunta sin respuesta, él perseverará hasta solucionarla, mas él no es incrédulo, un ejemplo de esto lo tenemos cuando él le pregunta al aviador ¿Por qué las flores tienen espinas?, y el aviador responde para salir del paso que las espinas no sirven para nada, sin embargo el Principito no hace caso de tal enunciado y lo replica acusándolo de ser una persona seria.
Podemos decir que el niño es un diamante en bruto que todavía no ha sido procesado por la sociedad o por las necesidades más allá de hambre, sed y la recreación, él es la inocencia del hombre, como nos dice Rabindranath Tagore en El cartero del Rey:
“…en horas de ocio o de extrema congoja veíamos con superlativa sorpresa que de lo más hondo de nuestra persona salía nuestro verdadero yo y que este yo era un niño, un niño incorregible, un pequeño cazador de mariposas, voluntarioso e indomesticable, que siempre esperaba lo absurdo…”
Esto “absurdo” es lo puro que es innecesario de apreciar por la gente seria, en cambio los infantes perciben todo de otra forma, ellos no verán un sombrero –que simboliza lo útil– sino una boa que se ha tragado un elefante.
Por otro lado está lo banal que ven los adultos, ellos viven en su mundo de cifras, porcentajes, política y sombreros, que simbolizan lo útil, o, retomando a Caldera: “son incapaces de comprender lo que se encuentra más allá de una inmediata dimensión de utilidad”. Sin embargo, el niño puede seguir durante toda la vida de un ser, es decir, nunca crecer y permanecer con el adulto, que es el caso del aviador, debido a que la gente mayor destruyó su sueño de convertirse en artista y su niño interior quedó resentido hacia los serios. No obstante, como afirma Nietzsche, “La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño”, se produce un redescubrimiento, volvemos a tener lo que un día perdimos u olvidamos, a la seriedad que se refiere Nietzsche es esa significación que le otorgamos a las cosas por más sencillas que sean, era un mundo entero que nos sorprendía cada día de niños y lo olvidamos al pasar los años, para empezar a interesarnos por otros asuntos, luego estas cosas que nos maravillaban antes, ahora las veremos como infantiles porque no tienen utilidad en nuestra actualidad. Por ejemplo de pequeños pensábamos en juguetes, el color de las hojas de los árboles, las formas que se hacían en las nubes, no nos interesaba el comer sino la hora de terminar para salir a jugar, cosas que un adulto vería infantiles por el hecho de no ser aplicables a la vida, el adulto pensará en códigos en vez de sentimientos, números en vez de colores, preguntarán ¿cuánto? en vez de ¿cómo?, ellos precisan de hechos que pueda contar, “…cuando uno les habla de un amigo nuevo nunca preguntan lo esencial. Nunca dicen: ¿Cómo es su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Colecciona mariposas? En cambio preguntan: ¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre? Sólo entonces creen conocerlo”.
Los adultos estarán siempre atrapados en su mundo de negocios, obligaciones y cantidades, pero si alcanzamos un grado muy elevado de madurez, llegaremos a percibir de nuevo como lo hacíamos de pequeños. De esta forma podremos llegar a ser como un Aviador, que fue quien logró llevar consigo su infancia a lo largo de su vida y nunca dejó de descubrir como un niño. Y así alcanzaremos a distinguir lo que disfrutamos, de lo útil. Deplorablemente, el objetivo de esta sociedad está en crecer, los pensamientos pueriles siempre estarán fuera de lugar por el hecho de no ser inmediatamente productivos o de no servirnos. Sin embargo, como dice Antoine de Saint-Exupéry “Sólo los niños saben lo que buscan”.